martes, 18 de septiembre de 2012

Adiós Santiago



Llego a casa y en el teléfono veo varias llamadas perdidas. Todas ellas de amigos "carrillistas". Ese denominador común me puso subconscientemente en la antesala de lo previsto: Santiago había muerto. Me habían llegado noticias de que estaba muy mal y que era cuestión de días. 

Teníamos un fuerte lazo político y algunos hasta personal con Santiago Carrillo. Con él habíamos estado militando en el  PCE hasta que nos expulsaron. Después y junto a otros muchos,  nos aglutinamos en un difícil -pero maravilloso- rara avis grupal con una única pretensión:  la reconstrucción de un PCE unido, fuerte y renovado, después de la profunda crisis que supuso la expulsión de veinte miembros -Santiago Carrillo incluido- del Comité Central, así como de organizaciones enteras del Partido algunas sumamente fuertes e importantes en su organigrama. Queríamos la unidad de un nuevo PCE entorno a una cosa que se  dio en llamar "Mesa para la Unidad de los Comunistas" y suscitar el apoyo e interés de los trabajadores y de la juventud, intentando articular un nuevo rumbo de cambio social, a pesar de las dificultades que sabíamos que ello tenía.

Eran aquellos convulsos años posteriores a 1982. Pretendíamos salir de esa crisis que atenazaba al PCE fortalecidos y revigorizados. Un PCE que quedó, tras las elecciones de aquel año, en un número de diputados tan exigüo que, como se decía por aquel entonces "cabían en un taxi". Eran tiempos difíciles para los comunistas. Tiempos en los que se abandonaba el PCE para irse a otros partidos al albor de los resultados electorales y del travestismo y carrerismo político que ello conlleva. Un PCE dividido entre los que por un lado defendían, abjurando de años de historia y lucha, que un Partido Comunista ya no era necesario, y los que pensaban que había que volver a un dogmatismo de esencia por otro. Una división cuando menos curiosa, ya que ambos extremos tenían el objetivo común  de expulsar al carrillismo del Partido, con auténticas operaciones de ingeniería organizativa de acoso y derribo  auspiciadas por el grupo dirigente encabezado por el nuevo Secretario General Gerardo Iglesias. Queríamos reconstruir lo irreconstuible. Tiempos de decepción, pero también para algunos  de renovada ilusión, aunque sabíamos que esa ilusión se enfrentaba a una de las mayores locuras de autodestrucción de lo que había sido, hasta la transición, el partido de referencia en la lucha contra el franquismo.

Ha muerto Carrillo. Y con su muerte se cierra una parte de la historia de este país. Pero también me quedan en la memoria nombres de compañeros de aquellos años -algunos ya desaparecidos- que no quiero ennumerar aquí porque la lista sería interminable. Gente con grandes valores humanos y políticos que le siguieron y que absorbían sus  ideas y su análisis permanente sobre una realidad que cambiaba a un ritmo vertiginoso. Personas que encarnan la esencia de lo que fue el carrillismo, de su honradez y sentido común, de su capacidad de análisis, de crítica, de lucha y aportación para intentar conseguir siempre el beneficio de los más desfavorecidos. Personas -lo puedo asegurar- desaprovechadas desde el punto de vista político para la sociedad. Yo diría que a años luz de lo que es el concepto de "político" que hoy día conocemos. Gente que tenían mucho que aportar, algunos de ellos excelentes teóricos formados a la sombra de Santiago pero que amarrados por los acontecimientos y por los muchos enemigos de aquella osada apuesta, se quedaron anclados en el puerto de la desesperanza. Con ese potencial humano se acuñó el término "carrillistas" en una concrección natural que definía un tipo de de opción y convicción política entorno a la figura de Santiago Carrillo, cuando sabíamos que el carrillismo era una apuesta por unos valores muy especiales y no una apuesta para vivir de la política, sino mas bien una carta de despido de la misma. Pero nos sentíamos orgullosos de serlo, de ser los hombres y mujeres que acompañaron a Santiago Carrillo en aquellos convulsos momentos por encima de intereses personales y de profesionalización  política . Hombres y mujeres que seguro no faltarán en su despedida. Personas, camaradas de Santiago que pasarán desapercibidos para los medios de comunicación en su sepelio. Las cámaras se centrarán en otras personas "relevantes" e "importantes" de la política -¿política he dicho?-. Focos que no alumbrarán las caras de esos grandes desconocidos que estuvieron con Santiago desde siempre y hasta el último momento sabiendo que posiblemente jamás acabarían sentados en un escaño o en un puesto de responsabilidad política.  Esos grandes desconocidos en los que se encarna la esa verdadera POLITICA con mayúsculas.

Esa es la herencia viva de Santiago. Una herencia que no tendrá correspondencia en su aplicación práctica, ¿o sí?, ¿quién sabe?. Como dice un amigo biólogo: "la genética es la genética y la morfogénesis nos da muchas sorpresas". Esa política que podía haber sido y no fue. Y no ha sido, simple y llanamente porque no Carrillo, sino el carrillismo tenía muchos enemigos desde ambas orillas, y la sociedad, dirigida por esos grandes poderes cada vez menos ocultos del sistema, así lo ha querido.¡Faltaría más!

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PD. En esas conexiones que tienen Vds. a la derecha en este blog, comprobarán, sobre todo los usuarios más despistados que no lo hayan visto hasta ahora, que una de ellas es la de "Santiago Carrillo". Como ocurre en el fútbol o en otros deportes, cuando un jugador de equipo ha dejado estela a su paso por el mismo, su camiseta queda colgada en un lugar de relevancia en el club, la página de Santiago quedará colgada en éstas bitácoras como recuerdo, a sabiendas -¿o quien sabe?- que no volverá a escribir en ella. También les dejo las últimas líneas que Santiago escribió en un medio público. Es una reflexión a raiz de la expulsión de la carrera judicial del juez Garzón, donde, cómo no, arremetía contra lo que se nos viene encima. Artículo publicado en "El País" y titulado: "¿Volvemos a los tiempos del miedo?"

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¿Volvemos a los tiempos del miedo?

El 60% de los españoles estima que el juez Garzón es víctima de una persecución. Yo estoy entre ellos y aunque yo no lo soy tengo la satisfacción de saber que muchos reputados juristas piensan lo mismo. Pero lo más extraordinario es que más allá de nuestras fronteras, en Europa y América, por no decir en el mundo entero, la opinión pública también protesta la sentencia de nuestro Tribunal Supremo y los más prestigiosos medios de comunicación extranjeros la comentan con sorpresa y reserva.
En el caso del juez Garzón, se ha hecho un montaje sumamente aparatoso, tres juicios seguidos con cargos de lo más diverso, dando la impresión de que si no se le hundía en el primero lo sería en el segundo o en el tercero, no había escapatoria.
Consumado lo que tiene todas las apariencias de un error judicial, de una especie de caso Dreyfus a la española, comienza a levantarse una campaña en la que participan autoridades políticas y judiciales que pretenden cerrar la boca ahora a los que exponen dudas o críticas a esa sentencia. Se dice que estamos arruinando el crédito y la autoridad de uno de los poderes del Estado y que esto es un ataque a la Democracia como si se tratase de hacernos callar, de intimidarnos. ¿Es que acaso los ciudadanos no tenemos derecho a criticar la sentencia de un tribunal o cualquiera de las decisiones de uno de los poderes del Estado?

La condena a Garzón es otro síntoma de que   nuestra democracia está tocada
Eso es lo que sucedía en tiempos del juez Eymar, pero no lo propio de un Estado auténticamente democrático. Hasta ahora en este país hemos tenido amplia libertad para criticar a los poderes públicos. Cierto que las leyes aprobadas por el Parlamento, las sentencias de los tribunales, se han aplicado, pero unos y otros las hemos criticado con toda libertad y hemos reclamado su anulación en el ejercicio de un derecho ciudadano. Hasta aquí nadie ha ocultado sus opiniones. Hemos censurado seriamente, desde la derecha y desde la izquierda, lo que considerábamos errores del Gobierno de Rodríguez Zapatero sin que nadie se escandalizase.
Hemos puesto verde a la llamada clase política. Hemos denunciado el peligro del alejamiento entre las instituciones, los partidos políticos y el ciudadano en el curso de la crisis económica que tan intensamente sufre España. Hemos criticado algunas decisiones del Tribunal Constitucional. Últimamente, el CIS, en su encuesta de opinión, ha hecho público que el 70% de los españoles tienen poca o ninguna confianza en el presidente del Gobierno, Mariano Rajoy. Un miembro de la familia real está bajo la seria imputación de un juez, y prensa y ciudadanos lo comentan libremente.
Y de repente se intenta cerrar la boca a los que consideran injusta la condena del juez Garzón, el hombre que procesó a Pinochet precipitando su caída, que apoyó a las víctimas de la opresión fascista en Argentina, que impulsó la causa de la rehabilitación de las víctimas del franquismo y a la vez persiguió eficazmente al terrorismo etarra, al narcotráfico, e hizo lo necesario para impedir prácticas de terrorismo de Estado defendiendo el Estado de derecho.
Se dice que Garzón violó la ley que solo admite las escuchas en los casos de terrorismo. Pero hay otros juristas, la Fiscalía del Estado, el juez Pedreira y muchos hombres de ley que aprobaron y aprueban la conducta de Garzón. Yo no soy abogado, pero pienso que la corrupción de la política por negociantes como los de la trama Gürtel ha hecho más daño al sistema democrático en España que el lacerante terrorismo de ETA. En definitiva, el Estado democrático se fortaleció luchando contra el terrorismo y ETA fue derrotada por las fuerzas de seguridad y, en definitiva, por la unión de todos los demócratas. Mientras que la corrupción ha hecho que los ciudadanos pierdan el respeto a los partidos políticos, a las instituciones y a la misma moral política, sin las cuales la democracia no funciona, suena a escándalo que la primera condena sea la del juez que inició la investigación de la trama Gürtel, que comprometió gravemente a miembros del partido que ahora gobierna.

La reforma laboral solo va a aumentar las rentas del capital y debilitar el poder sindical
Si se acepta generalmente que los políticos pueden llegar a corromperse, ¿cómo negar la posibilidad de que algunos abogados se dejen corromper y terminen colaborando con la tramade un delito de blanqueo de dinero, que fue la sospecha que originó la decisión de Garzón? Y por cierto, la experiencia de este proceso, a juzgar por su desarrollo hasta hoy, en absoluto ha impedido la labor de las defensas.
En las circunstancias que atravesamos, la condena del juez Garzón es también un síntoma de que la salud de nuestra democracia está tocada. Hay otros datos que acentúan la inquietud. En este país está creciendo el miedo y los españoles tenemos una larga experiencia de lo que puede ser el miedo como paralizante del espíritu cívico. Con más de cinco millones de parados, el Gobierno lanza una nueva reforma laboral que solo va a aumentar las rentas del capital para satisfacción de los bancos y a debilitar el poder sindical. Se engaña deliberadamente a los ciudadanos cuando se dice que a la larga eso creará empleo. Cualquier persona sensata sabe que una mayor rebaja de los sueldos reduce la demanda y eso provoca más paro. Pero se trata de crear la idea de que esto es una fatalidad contra la que a los ciudadanos no les queda más remedio que resignarse, lo que genera más miedo entre los que se sienten débiles.
Sobre ese estado de ánimo, el Gobierno piensa que será más fácil imponer medidas como las que la Iglesia dicte, las reglas de moral del Estado, aunque eso anule derechos humanos importantes.
Que la trama Gürtel y otras puedan quedar en la impunidad, como ha comenzado a suceder en el reciente juicio de Valencia, añade la sensación de desamparo.
Que la Academia de Historia, que parecía resignarse a corregir el diccionario de personalidades que negaba el carácter de totalitaria a la dictadura de Franco y justificaba su colaboración con el Eje fascista, de improviso anuncia que va a mantener la redacción primitiva, aumenta la sensación de que estamos retrocediendo.
Que se anuncia que criticar una sentencia como la impuesta a Garzón es una amenaza para la democracia o las intervenciones de la policía en la Puerta del Sol contra el 15-M, que hasta ahora no se habían producido, tiene que poner en guardia a la ciudadanía contra un posible peligro de involución. Hay que impedir que vuelvan los tiempos del miedo.
Santiago Carrillo Solares   20 de febrero de 2012

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