Como uno viene de abajo, existe desconfianza genética con los de arriba. Los de arriba, por el contrario, no precisan de ese desagradable estado de ánimo. Simplemente nos ignoran, pues no tienen necesidad de desconfianza y, si me apuran, no tienen necesidad de nada puesto que lo poseen casi todo.
Esta reflexión me viene al hilo de una conversación de devotos al tapeo regado con un "tinta fina" incluido, en la que uno de los inquilinos del bar de la esquina manifestaba que "algo le huele mal en ésta crisis". Y con ese tufo se refería a que la crisis está necesitando, por parte de sus "salvadores", unas más que sospechosas soluciones, que traspasan la solución misma. El contertulio aseguraba que dicha "solución" es como quitarle el grano al caballo percherón, debido a que la cosecha ha sido mala, alimentándolo sólo con paja "indefinidamente", sabiendo que el equino es el que va a tirar del carro cuando de nuevo el carro esté lleno de trigo. O lo que es lo mismo: que las soluciones para acabar con la crisis, van mas allá de la solución de la propia crisis.
En segundo plato -y es a lo que se refería nuestro tertuliano al calor de los caldos "tempranillos"- el tinglado no deja de ser un maquiavélico entramado para cepillarse lo que queda del estado social europeo, nacido al pairo de la segunda guerra mundial para frenar el auge socialista. Estado social y de bienestar que, una vez constatada la derrota del socialismo con la caída del muro de Berlín, no es preciso seguir manteniendo. La crisis -generada por "los de arriba"- es el argumento. El fin : acabar con un modelo de sociedad del bienestar circunscrito en Europa, que empezaba a ser una referencia peligrosamente exigida en el resto del mundo.
Si el circo montado en forma de crisis, tuviera forma de campaña electoral en la que los partidos neoliberales no mintieran - es mucho decir- el slogan podría ser algo así como: "nuevos tiempos, nuevo modelo social: cero". ¿O será que el tempranillo nos hace ser excesivamente desconfiados?
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