Vivimos en la opulencia, de otro modo no se explica que un
producto de primerísima necesidad, como es la energía eléctrica, haya subido su
precio un 80 % desde que comenzó la crisis.
Si no fuera porque confío ciegamente en nuestros próceres
que, tras abandonar su vida política activa, se han incorporado a los consejos
de administración de unas compañías eléctricas que, ellos mismos, contribuyeron
decisivamente a privatizar, pensaría que éstas nos están estafando de mala
manera con premeditación, alevosía, nocturnidad, choteo y todos los agravantes
que contemple nuestra legislación.
A pesar de ser un tipo “corriente”, reconozco no estar muy
puesto en temas de suministro eléctrico y, lógicamente, asumo con naturalidad
decisiones adoptadas por gente que se ha pasado la vida administrando enchufes
con prodigalidad. No obstante, técnicos
en la materia comentan, seguramente llevados por la envidia, que la luz que
consumimos cuesta un 25 % de lo que pagamos.
Seguro que habrá una explicación.
Dicen que, además de la producción, el factor que más
encarece nuestro recibo de la luz es el del transporte. Mi mente enferma no puede sino ponerse a
imaginar miriadas de sufridos trabajadores acarreando serones repletos de
kilowatios de un lado a otro. A las 8
de la mañana suena puntual el telefonillo: -¿Quién es? - El repartidor de la
luz. - Déjeme 3 kilowatios y medio. Y
que sean buenos, que son para un enfermo...
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