Para conocer el fondo de una persona, sin mascarones que tapen su auténtica personalidad, mi amigo Luis tiene una frase hecha que dice "si quieres conocer a Juanillo, dale un carguillo". El carguillo, por pequeño que sea, pondrá de manifiesto ese ramalazo que el elegido lleva en su esencia, en ese rincón oscuro y cubierto de polvo que todo trepa lleva dentro y que aflora, cual primavera ministerial -como el caso que nos ocupa- para adaptarse a las exigencias del guión. Máxime si ese guión está grabado en el ADN del interesado.
Esta frase, nacida de la sabiduría popular, viene que ni pintada para aplicársela a don Alberto Ruiz Gallardón, al que se le podría personalizar con un: "si quieres conocer a Albertillo, dale un ministrillo". Gallardón iba de progre en el PP, seguramente en una mas que medida y estudiada estratégia personal y partidaria. En las tertulias y entrecomillados reclamados para PRISA -pues se movía a placer en el grupo que preside Cebrian-, Gallardón soltaba algún medido exabrupto fuera de tono pepero, y al que la chulapa Esperanza respondía siguiéndole el juego, en una retro-alimentación interesada para ambos. Pero al flamante ministro de Justicia ya le ha caído el "carguillo". Ya no tiene que ocultar ese "ser" que lleva dentro y ahora aplica en la práctica sus auténticas y ocultas intenciones, su casposa idea de la "libertad de la mujer" por ejemplo, inventando conceptos como que a la mujer "hay que salvarla de la violencia estructural", acuñando un término que persigue una única y siniestra intención: que la mujer que no pertenezca a la burguesía no aborte, mientras las de su casta echan mano -como siempre han hecho- del turismo abortista londinense, además de colaborar, también desde su ministerio, en el desmantelamiento de lo que denominamos por estas bitácoras, el estado del medioestar.
Gallardón se quita la máscara dando una vuelta más de tuerca en su particular concepto del aborto: eliminar el supuesto de malformación del feto para poder abortar. Los fetos con malformación manifiesta deberán nacer por orden del ministro de justicia, aunque el feto -y perdonen la expresión- tenga forma de patata. Parece que es una condición sine cua nom, para salvaguardar a la mujer -trabajadora por supuesto- de esa "violencia estructural", mientras las "otras" mujeres viajan en bussines a Londres para dejar en la pérfida Albión, acompañadas de un buen fajo de billetes, el producto de su, como se decía antaño, "desliz". La pregunta sería ¿que supuestos cree Gallardón que son los que permitirían a la mujer abortar? Ya lo respondemos aquí: NINGUNO. Ese es el objetivo.
La sociedad española en su conjunto tiene un arduo trabajo en los tiempos que corren, como es el de defenderse a ultranza contra las agresiones, empobrecimiento económico y recortes sociales y de todo tipo a los que está sometida. Pero las mujeres en particular habrán de defenderse además -y otra vez- del brutal ataque a las que están y estarán sometidas, desde que el "progre" Gallardón es ministro destapado.
Ataque sin precedentes, que no es otro que la vuelta al sometimiento de la mujer, como hace treinta o cuarenta años, bajo las terribles garras de la derecha más rancia, retrógrada y clerical. ¿Les suena añejo? Pues aquí están de nuevo dirigiendo nuestras vidas.
Simone de Baeuvoir -y sin duda su compañero Jean Paul Sartre, enterrado junto a ella- y muchas otras mujeres que lucharon, e incluso dieron su vida para llegar hasta aquí, se estarán revolviendo en su tumba.
Ataque sin precedentes, que no es otro que la vuelta al sometimiento de la mujer, como hace treinta o cuarenta años, bajo las terribles garras de la derecha más rancia, retrógrada y clerical. ¿Les suena añejo? Pues aquí están de nuevo dirigiendo nuestras vidas.
Simone de Baeuvoir -y sin duda su compañero Jean Paul Sartre, enterrado junto a ella- y muchas otras mujeres que lucharon, e incluso dieron su vida para llegar hasta aquí, se estarán revolviendo en su tumba.